Honor The Treaties

No todo son diferencias entre mi país de origen y el de adopción. Recientemente, una parte de Canadá está reaccionando de una manera que me resulta muy familiar. Uno ya ha visto a Pilar Bardem, a Oleguer Presas, a Willy Toledo o a Albert Pla despertar las iras de un sector importante de la población, y también ha visto como el reproche de vuelta que se les hacía no era, a menudo, el de ser rojos y/o separatistas, sino el de opinar de política, siendo una actriz, un futbolista o un cantante. Meterse en política, justo aquello que el Caudillo desaconsejaba hacer. Como si la política fuera algo vedado a unos pocos, a los que mandan.

En el Great White North, ha sido Neil Young el que ha levantado la voz, para atacar una de las principales fuentes de riqueza y empleo del país: las muy contaminantes arenas alquitranadas de Athabasca, en Alberta, donde cada día se extraen, a cielo abierto, más de un millón de barriles. A pesar de su rentabilidad, la extracción supone un peligro enorme para el medio ambiente, así como para los nativos de la zona. Estas arenas han sido un campo de batalla de las relaciones públicas, con el lobby petrolero gastando millones y millones en publicidad y «expertos» que nieguen tal evidencia a la población.

La gira ‘Honor the treaties’ (Honrad los tratados) ha llevado a Neil Young y Diana Krall a varias ciudades del país. Young ha decidido utilizar su condición de figura pública, su estatus de dinosaurio del rock para no solo concienciar a la población o echarle un pulso a ese Goliat que es la industria del petróleo, sino también ayudar recaudando fondos para la nación aborigen de Athabasca Chipewyan en su lucha contra los gobiernos de Alberta y Canadá. Fondos totalmente imprescindibles para la nación Chipewyan y su larga batalla legal contra la industria.

Los descalificativos no han tardado en llegar desde la opinión publicada; Young es un hipócrita porque para ir de gira consume gasolina, los vinilos que en su día le dieron de comer están hechos de un derivado del petróleo,  es un «champagne socialist», o que como ahora vive en Estados Unidos ya no puede opinar sobre su país de origen, uno de los peores mamporreros del petróleo lo acusó de anticanadiense. El tono de las reacciones, eso sí, ha sido mucho menos virulento que sus equivalentes españolas; el premier de Saskatchewan, a la vez que criticaba a Young, admitía que tiene derecho a opinar libremente. Tampoco nadie ha movido un dedo para cancelar o prohibir ninguno de sus conciertos.

El caso del viejo rockero me recuerda, un poco, al dilema del hijo de un criminal que descubre el origen de la riqueza de su familia, o a la hija progre del Rubén Bertomeu de esa magnífica novela, y serie, que es ‘Crematorio’. ¿Es lo correcto decirle las verdades a la cara al progenitor o por el contrario es hipócrita morder la mano que te ha dado de comer?