Los tipos del parque de caravanas

Tiene el mérito de ser una serie de televisión producida completamente en una ciudad del tamaño de Vigo o Gijón, sólo con actores locales y bajo presupuesto, y ha conseguido ser emitida en más de quince países. Nunca me imaginé, cuando me la encontraba en Paramount Comedy y huía de ella, que me iba a acabar gustando, tampoco que iba a acabar viviendo tan cerca de ese lugar. Al final, la vida da muchas vueltas y, al igual que vivo en Nueva Escocia, también me he visto las siete temporadas de «Trailer Park Boys».

La serie no me gustaba nada, me espantaba ese feísmo, esa cutrez y ese doblaje mediocre. Lo último no tiene remedio y no sé cómo hay gente que disfruta oyendo a los personajes hablar en ese castellano estándar, subsección «malote de Valladolid». Los que veían la serie en Paramount Comedy se perdían el acento de este rincón de Canadá, además de mil chistes que no quiero imaginar cómo tradujeron. La cutrez resultó ser un recurso manejado por maestría para provocar la risa y lo que con diecisiete años me parecía feísmo, con veintiséis me parece algo totalmente normal.

«Trailer Park Boys» es un falso documental que cuenta el día a día de Julian y Ricky, unos modestos criminales que viven, junto a su amigo Bubbles, en un parque de tráileres en algún punto de las afueras de Halifax, y se pasan la vida entrando y saliendo de la cárcel. Siempre tienen un gran plan para vender los kilos de marihuana que pretenden cultivar, y casi siempre les sale mal por culpa de su némesis, Mr. Lahey,un ex policía alcohólico que ahora trabaja de vigilante del parque. Según avanzaron las temporadas se fue añadiendo al cóctel la medida adecuada de slapstick y absurdo. A menudo acaban siendo una especie de Coyote y Correcaminos quinquis. Un ejemplo del tono de la serie es esta frase de Ricky, que decía algo así como: «No rajes de la cárcel. Ahí hay muy buena gente y nos lo hemos pasado de puta madre.»

Los hay quienes lamentan que la popularidad de la serie haya reforzado un estereotipo existente en otras partes de Canadá sobre la gente del Este, a los que algunos de provincias más ricas prefieren ver como unos vagos borrachos y drogadictos que viven del gobierno. Algo en la línea de las maldades que se pueden oír en España sobre los andaluces o extremeños.  En su libro «Chavs, la demonización de la clase obrera», el periodista inglés Owen Jones cuenta cómo, desde la época del thatcherismo ha ido haciéndose más común la ridiculización del pobre. Los humoristas se ríen de la «escoria» para deleite de su público de clase media. Jones pone como ejemplos el show de Catherine Tate o la serie «Shameless».

Al menos a nivel superficial, «Trailer Park Boys» debería estar junto a esos programas, pero no estoy seguro de que que sea correcto marcar con ese estigma a la serie. Donde más veces he visto a la gente hablar sobre ella, a menudo con una sonrisa de oreja a oreja, ha sido cuando trabajé de reponedor de madrugada. A pesar de que los protagonistas viven en la miseria (algunos también en la inmundicia), casi todos son impresentables, idiotas y adictos a algo, y siempre tienen mala suerte, consiguen provocar simpatía sin condescendencia. Son tres amigos absurdos en situaciones absurdas, la mayoría de las veces con hierba y/o ron de por medio.

No quiero exagerar dándole a la serie un rol que no tiene, ni ha intentado tener; es una comedia sin muchas pretensiones, quizás significativa de cómo algunos se ríen de ellos mismos, es también un catálogo de arquetipos de la zona. La televisión nos ha acostumbrado tanto a ver las vidas de la clase media-alta en las tan cosmopolitas Nueva York o Los Ángeles que cualquier otra cosa con menos «status» nos ha horripilado, está bien que eso vaya cambiando, pero, más adecuado que acabar la entrada con este sermón, sería acabarla con un par de vídeos ilustrativos:

El baloncesto de aquí y de allí (II)

Primera impresión

Cuando llegué a Halifax, tenía curiosidad por esa liga que había acabado su primera temporada, la National Basketball League of Canada. Sabía que los Halifax Rainmen llegaron a la final, entrenados por el catalán Pep Clarós, el trotamundos del baloncesto. ¿Cómo no interesarse por ese nuevo invento, en el que además el equipo de la ciudad era de los más potentes? Tardé poco en asistir a un partido en el Metro Centre. Estábamos en pretemporada y ese era el partido de presentación, contra Summerside Storm.

Antes de que comenzara el partido, Andre Levingston, el dueño del equipo, salió a la pista a dar un discurso de bienvenida. Nunca había presenciado algo así. Levingston, un afroamericano de Detroit, hablaba de cómo el equipo puede dar un ejemplo positivo a niños en riesgo de acabar por el mal camino, y de cómo había fichado a Tyler Richards y éste iba a redimirse con trabajo duro. Richards, el único jugador local del equipo, había sido una figura universitaria, pero su carrera se interrumpió por culpa de unos problemas con la policía que lo tuvieron bajo arresto domiciliario. Ahora tenía una segunda oportunidad, decía el owner, y la iba a aprovechar.

El discurso de Levingston siguió. Había cambiado al entrenador Clarós por su primo, el ex-NBA Cliff Levingston. También había cambiado a la mitad de la plantilla finalista. Nos habló maravillas de uno de los jóvenes fichajes, Josiah Turner, del que predijo que sería el primer jugador de la NBLC en llegar al draft de la NBA. No mencionó que Turner había sido apartado del equipo de los Arizona Wildcats tras no pasar el test de drogas y que lo pillaran conduciendo con niveles altísimos de alcohol en sangre, lo que hizo que acabara huyendo primero a Hungría y después a Canadá para evitar cumplir una corta sentencia en prisión. También el coach Levingston había estado unos meses en prisión, por no pagar la manutención de su hijo.

La manera en la que Andre Levingston acabó su intervención fue sorprendente. Con la vehemencia de un telepredicador, nos hizo repetir algo así como «yo soy alguien», «tú eres alguien»,  «somos alguien», «todo el mundo es alguien». Todos hicimos caso y participamos en ese acto de autoafirmación al que le encuentro un par de lecturas distintas. El partido comenzó y pasé del choque cultural al choque baloncestístico. Ese era un partido amistoso, pero después comprobé en los partidos oficiales que esos defectos no desaparecían: escasísima circulación de balón, decenas de triples errados que nunca debieron haberse lanzado y un constante vaivén de contraataques lanzados por alguien que no pasa el balón y acaba estrellándose contra el defensor.

La liga

En plena liga, además, los partidos de la temporada regular son irrelevantes; la liga se compone de 9 equipos y 8 de ellos entran en playoffs. Cada equipo juega más de 40 partidos, así que es irrelevante que los Rainmen empezaran la liga con un balance de 0-6, a pesar de que sólo tienen 8 rivales. Aún pueden ganar la liga, pero si siguen perdiendo, no les acontecerá ninguna tragedia. Lo único que pasará es que la plantilla del equipo cambiará más; esta temporada, en tres meses de competición, los Rainmen han utilizado ya a 21 jugadores. ¿Cómo crear mitos si los jugadores duran tres semanas en el equipo?

Es todo lo contrario del otro baloncesto disponible, el universitario. Como es lógico, es mucho menor el talento, pero lo colectivo prima sobre lo individual. Los pabellones son minúsculos, pero las gradas se llenan y los estudiantes animan. Quizás el jugador más destacado pueda calentar banquillo por unos años en un modesto equipo profesional-en 1994, un jugador salido de la U.de Saint Mary’s en Halifax fue elegido en el draft de la NBA-, probablemente en la NBLC, pero la mayoría de los jugadores , no importa que tengan un primer paso explosivo o un buen tiro de 3, se intentarán ganar la vida con lo que hayan estudiado. No hay lugar aquí para semiprofesionalismo, para ligas EBA.

Hay una diferencia con la ACB que conocía: la de raza. La ACB es blanca, paya, a menudo catalana y de clase media. Comparemos de donde vienen, por ejemplo, los hermanos Gasol, hijos de médicos, y los projects de los que han salido cientos de jugadores americanos para los que el baloncesto era una de sus pocas opciones, americanos a los que las cuotas y barreras proteccionistas los mantienen en minoría en los equipos europeos. La diferencia no sólo está en la pista, también está en las gradas. En Canadá, el hockey es el deporte rey, y dice el prejuicio que, como en EEUU, el fútbol es para inmigrantes y el baloncesto es para negros. No es que las gradas del Metro Centre hubiera siquiera una mayoría de afrocanadienses, pero el porcentaje de ellos era más alto que en la acomodada zona en la que vivo.

El ambiente en los partidos de la NBLC es mucho más frío. Las buenas bases de hip hop que suenan en el pabellón en todo momento apenas lo camuflan. Los pabellones, hechos para el hockey, son demasiado amplios y nunca se llenan. Es suficiente mérito convencer a mil, dos mil, tres mil personas para que salgan de sus casas, en pleno invierno canadiense y viajen hasta el pabellón -la población está dispersa- cuando pueden quedarse en casa viendo la NBA, la NHL, la NFL o la MLB en su huso horario, en su idioma. En Canadá, a diferencia del resto del mundo, pocos necesitan una «liga nacional».

En la NBLC, además, todo jugador se sabe prescindible,y a la vez, pocos quieren estar allí, ven esa competición como un trampolín hacia mejores contratos, alguno aún sueña con la NBA, pero al final intentan salvar su pellejo de manera contraproducente, buscando mejores estadísticas, más tiros, el premio individual, ya que la recompensa colectiva les resulta irrelevante. Son dinámicas muy fuertes que atrapan a muchos, y no es nada particular de la NBLC, ocurre en toda esa galaxia de ligas menores dispersas por Norteamérica: la NBDL, la difunta CBA, la revivida ABA donde nacieron los Rainmen, y muchas otras. Hay baloncestistas que caen en el círculo vicioso de intentar salir del «pozo» de las ligas menores a base del mismo individualismo que les cerró las puertas de mejores competiciones.

En estas ligas menores hay algo que recuerda a la épica de esos pioneros que pueblan los relatos sobre la NBA de los 40 y 50 y la ABA de los 70. Hay gente intentando dotar de sentido a algo que sin aficionados y espectadores, no lo tiene, hay caos y también muchas historias que contar, pero éstas casi nunca transcurren dentro de la pista. La NBLC nació después de que el dueño de los Rainmen retirara a su equipo de la Premier Basketball League como protesta por favores arbitrales al equipo propiedad del presidente de la liga.

Fue Levingston el que creó la liga junto a otros 6 equipos. Poco a poco, la NBLC intenta sobrevivir, con 2 expansiones en 3 temporadas. No es, como el baloncesto europeo, el escaparate publicitario de otros negocios y empresas que quieren unir su marca a la del equipo ganador, ni un medio para amigarse con las autoridades locales. Nadie entendería que el dinero público se empleara en subvencionar a una de estas franquicias. Así que, se le dé bien o mal, cuando el dueño nos habla, no nos intenta vender la moto con otro negocio suyo, la liga y el equipo es su negocio y es donde se juega las lentejas.

Historias

En las dos temporadas anteriores, los campeones han sido London Lightning, entrenados por Micheal Ray Richardson, la ex estrella de los 80, expulsado de la NBA por consumo repetido de cocaína. En su momento Richardson se defendió apuntando a un cierto racismo que permitiría a un alcohólico como Chris Mullin seguir jugando en la liga. Más tarde, ya como entrenador, Sugar Ray Richardson ha tenido problemas por declaraciones supuestamente antisemitas y homofóbicas. Donde Richardson no ha tenido problema ha sido en ganar títulos con los equipos que entrenaba: el de la CBA en 2008 y 2009, el de la PBL en 2010 y el de la NBLC en 2012 y 2013. Sólo se le escapó el de la PBL de 2011, en la final con polémico arbitraje que provocó el cisma en esa liga.

Una de las estrellas de los Lightning, y el único jugador que conocía, era el ex-Grizzly Rodney Buford, que mencioné en el anterior texto. Estuvo un par de meses en Halifax antes de ser traspasado a London, donde jugó a muy buen nivel. Cuando vi en directo a los Lightning jugar aquí, pude, once años después, ver a uno de los miembros de ese equipo NBA al que animaba y tan lejano me parecía.Al final, tanto Buford como yo pasamos por la misma ciudad, aunque él ha tenido una trayectoria mucho más interesante. Multado y suspendido en la NBA repetidas veces por consumo de marihuana, se fue al Maccabi Tel Aviv, donde también dio positivo por marihuana, para acabar siendo castigado por la FIBA. Antes de encontrar la estabilidad baloncestística en Canadá hizo cortas escalas en Ucrania, Hong Kong, Líbano o Venezuela.

En los Rainmen, ahora el entrenador es Craig Hodges, el extriplista de los Bulls  más míticos, y también ha sido protagonista de titulares por cuestiones extradeportivas. Cuando estaba en los Bulls criticó públicamente a su compañero Michael Jordan por no comprometerse políticamente, y no denunciar problemas sociales. Era la época de los disturbios de Los Ángeles. Después de eso ningún equipo NBA lo contrataría más, a pesar de ser uno de los mejores tiradores de la liga. Hodges denunció que había sufrido un boicot debido a su relación con la Nación del Islam de Louis Farrakhan. Ahora ha vuelto a los periódicos, ya que Dennis Rodman lo reclutó para el partido de veteranos que se celebró en Corea del Norte. No pudo asistir por culpa de un vuelo retrasado, lo que no impidió que la prensa le atacara por haberlo intentado. «¿Por qué unos hombres negros que no pueden ganarse la vida en Estados Unidos no van a poder ir a Corea?», preguntó él.

Conclusión

Aunque he ofrecido una muestra sesgada, los protagonistas de esta liga suelen tener historias más interesantes que las del jugador o entrenador europeo. Espero que en un futuro, el baloncesto que hagan también lo sea. Aunque ahora se hable de un buen momento del baloncesto canadiense, Tristan Thompson, el viejo Nash o Andrew Wiggins son simplemente unos tipos que juegan en Estados Unidos y que uno ve por la tele. Algo más bien irrelevante a nivel local, tan irrelevante como la selección, que fracasó el pasado verano en el Campeonato de las Américas sin que a nadie le importara.

Lo malo es que las ligas menores, no motivan ni a algunos jugadores para que le dediquen su tiempo completo; Tyler Richards, el jugador que supuestamente iba a redimirse para dar un buen ejemplo a los jóvenes, se había pluriempleado: jugador de baloncesto por el día, traficante de droga por la noche. Richards fue detenido hace un mes por asaltar a una mujer en una discoteca. La policía registró su casa y allí encontró fajos de billetes, armas y cocaína. Una decepcionante y morbosa historia que parece salida de los años 70, de años más salvajes.

Si algún día los responsables de la liga consiguen canalizar toda esa energía, ese afán de supervivencia, para que los objetivos sean colectivos y haya diferencias entre la victoria y la derrota, entonces ese día tendrán entre manos algo apasionante. Me encantaría que así fuera; prefiero animar a gente con un pasado difícil y que intenta sobrevivir antes que aplaudir al poderoso y vocear «Polaris» o «UCAM».

El nuevo hombre del tiempo

Hoy llega a Nueva Escocia una enorme tormenta de nieve, y ya me he preparado convenientemente. Me enteré con cierta antelación gracias a un meteorólogo amateur que está causando sensación en YouTube. Su nombre es Frankie MacDonald, y éste es el vídeo que me avisó de la tormenta. Su estilo es indudablemente peculiar, la razón de esto es su autismo. En cada uno de sus vídeos, grabados en su casa o en las calles de Sydney, en el norte de Nueva Escocia, advierte de fortísimas tormentas, allá donde se produzcan, en cualquier parte de Canadá o Estados Unidos.

En los vídeos se dirige a los habitantes del lugar, insiste, repite, en voz muy alta -los canadienses suelen hablar en un tono mucho más bajo que los españoles- las precauciones que uno ha de tomar ante la futura tormenta, y no duda en dejarlo claro y repetirlo las veces que haga falta. Después de ver uno de sus vídeos hasta el más distraído capta el mensaje. Ejemplificando lo que es la fama en internet, mientras una parte de audiencia se ríe de él y de su autismo, otros no paran de mandarle mensajes de apoyo y aliento. Prueba de ello son los comentarios de este otro vídeo, con casi 400.000 visitas. Su cuenta de twitter, @frankiemacd, tiene 8000 seguidores, y ya ha aparecido en más de un canal de televisión.

Personalmente, encuentro en los vídeos un punto hipnótico, aunque éstos son realmente útiles gracias a esa viralidad; Frankie va a llegar a tu timeline de Facebook o Twitter mucho antes que los hombres del tiempo «serios». Él mismo dice que «ha hecho un gran trabajo haciendo sus propios vídeos, ignora los comentarios negativos y maleducados, se centra en los positivos» y que hacer esos vídeos es su vida. Después de todo, Frankie ofrece un servicio a los demás, y disfruta haciéndolo. ¿Cuánto hay de malo en eso?

¿Cómo llevas el frío?

Es la pregunta que más me hacen desde España. Hablar del tiempo es el recurso más común cuando se quiere entablar conversación con el vecino en el ascensor, y está bien así porque puede dar pie a muchas conversaciones. Y si funciona en el ascensor, ¿por qué no puede funcionar en un blog?

Además, el clima es un tema más importante en Canadá que en España. En una gran parte del país, afecta al día a día de una manera que deja a los españoles que hablan de las inclemencias del tiempo como unos quejicas. En Nueva Escocia llueve durante muchos días, muchos más que en el peor lugar de Galicia. El clima desgasta a los coches a mayor velocidad, aquí es normal ver circular coches mucho más cascados que en España. También la combinación del duro invierno e intolerancia al que fuma entre cuatro paredes hace que muchos potenciales fumadores abandonen la idea.

En Enero y Febrero lo normal aquí es estar a diez o quince grados bajo cero; en el interior del país, se llega a los treinta bajo cero. En ese mismo interior tienen veranos superiores a los treinta sobre cero. Las mismas casas que tienen que estar preparadas para el frío, no pueden estarlo tanto para el calor, lo que hace que en verano, la gente lo pase sorprendentemente mal para alguien que viene del Mediterráneo.

Hay otra razón por la que el clima es un asunto más grande en este país; Canadá es uno de los países más responsables del cambio climático. Es el país de las arenas de alquitrán de Athabasca y el único país que no ha firmado el Protocolo de Kyoto, pero también es el país que vio nacer a Greenpeace. No puedo evitar pensar que hay más motivos para ser ecologista en Canadá que en otras partes del mundo, aunque sé que eso es relativismo incoherente. Cruzar el país y poder disfrutar de tanta naturaleza virgen, de esos bosques y montañas, es maravilloso.

Aunque esa naturaleza virgen también es un contraste enorme con los cientos de camionetas pick-up, de Hummers y demás bestias mecánicas que pueblan las carreteras canadienses, especialmente en el oeste. Esa es la tierra del petróleo y como tal, todo gira en torno a él: si alguien quiere un café o una hamburguesa, se monta en su pick-up, lo conduce dos minutos, lo pide en los drive-thrus del Tim Horton’s o McDonald’s, y se toma su pedido sin salir de la camioneta. Las calles, las ciudades, no están hechas para el peatón y a veces son hostiles hacia él.

También en el oeste uno puede encontrar a gente que niega el cambio climático, en proporciones más grandes que en la beata Europa. No pretendo juzgarles con superioridad moral; la mayoría de los españoles ha creído en peores quimeras, como la del ladrillo. El petróleo de Alberta es un manjar lo suficientemente goloso como para hacer dudar de cualquier verdad a parte de su población.

También los hay más realistas -y cínicos, quizás-, como la alcaldesa de Fort McMurray, que dice el cambio es real y que sólo les va a traer cosas buenas: tienen la suerte de no estar en la costa, los inviernos serán menos duros y el valor de su tierra subirá. Por muy escandaloso que parezca, me temo que de alguna manera, tiene razón. Incluso en los futuros escenarios climáticos más apocalípticos, los habitantes de la pradera canadiense pueden tener motivos para el optimismo, aunque sea un optimismo egoísta, tienen la sartén por el mango.

Volviendo al tema original, por si acaso os interesaba, la respuesta a la pregunta del título es que llevo muy bien el frío. Me costó más adaptarme cuando llegué a Madrid, sin conocer nada más que el calor de Murcia. Te puedes proteger del frío con un buen abrigo, pero no hay nada que te proteja de la pachorra de esos días de 40º en España que provocan siestas involuntarias, y creo que no he dormido ninguna siesta desde que estoy aquí.